Educando con amor, se aprende mejor
Honduras
La violencia y la agresividad forman parte de los factores que impiden el
buen desempeño de los maestros, de los alumnos y hasta de los padres de familia
en el proceso enseñanza aprendizaje. Los alumnos por ejemplo, pasan todo el día
pegados a la televisión viendo programas violentos o viven diariamente
violencia intrafamiliar; luego van a la escuela cargados de ira y con la
primera explotan causando desorden en el salón de clases. En muchos casos, hay
alumnos que pasan solos todo el día porque sus padres trabajan. Como no tienen
quien los controle, se van a las calles a presenciar más violencia. Los padres
de familia, quieren solucionar todo en
forma violenta porque de repente esa fue la forma en que los educaron a ellos,
sin darse cuenta de que las personas van cambiando con el tiempo. Los
docentes no son la excepción. Ellos olvidan que tienen que dejar los problemas en
casa y llegan al salón de clases estresados, enojados, llenos de ira y luego
quieren desquitarse con los alumnos.
La violencia no se puede combatir con más
violencia. La mejor forma es tratar a
las personas con dulzura. Los niños cuando no se sienten amados en sus casas buscan
refugio en las maras porque ahí se sienten mejor protegidos. Muchos niños, lo único que reciben en sus
casas son malos tratos, luego llegan a la escuela y reciben lo mismo; por lo
tanto piden a gritos que alguien los atienda, que les hagan sentir que son
importantes. ¿De qué manera lo gritan? Molestando en el aula, haciendo
travesuras, no haciendo sus tareas, etc. De esta manera quieren llamar la
atención. De esta manera quieren decirle
a su maestro y a sus padres: “¡Aquí estoy! ¡Mírenme! ¡Escúchenme! Pero en vez
de escucharlos, les gritamos, los castigamos, los regañamos provocando con esto
que los niños reaccionen más enojados y provoquen más violencia. Los niños, los
jóvenes y hasta los adultos necesitamos saber que hay alguien en este mundo que
nos considera importante. Que de verdad nos quiere y desea lo mejor para
nosotros. Nuestro papel como docente es
acercarnos y preguntarle lo que le pasa, porque la mayoría de los niños no lo
va a decir por pena o por miedo a que el maestro lo amoneste o que lo saque de
clases.
Greg Braden un famoso científico concluyó en
uno de sus trabajos de investigación que el amor y la compasión por los demás
es la clave para vivir en armonía en este mundo el cual está colapsando por los
daños que los seres humanos estamos ocasionándoles a través de las guerras con
el afán de destruirnos unos con otros. Él,
al igual que nuestros ancestros nos aconseja que cualquier actividad que
realicemos no importan cual sea ni para quien sea, debemos hacerla en
armonía y sobre todo con amor, para que los
resultados sean satisfactorios. Dios mismo nos ordenó que nos amaramos unos a
otros como a nosotros mismo; pero al parecer ni nosotros mismos sabemos cómo
amarnos, por eso se nos hace difícil amar a los demás, peor a nuestros
alumnos. Y como dijo un filósofo:
“¡Nadie puede dar lo que no tiene!” Entonces, será que los docentes no tienen aunque
sea una pisca de amor para sus alumnos. O será que carecen de la verdadera
vocación que se requiere para ser docente.
Nos olvidamos de que nuestros alumnos forman
parte importante de nuestra vida porque
muchas veces pasamos más tiempo con ellos que con nuestros propios hijos. Que gracias a ellos tenemos un trabajo del
cual comemos y comen nuestros seres queridos. A nadie le gusta recibir maltratos, peor a los niños. Ellos no tienen la culpa de que el gobierno no
nos pague o de que nuestros esposos o esposas nos hayan maltado o de que el
autobús nos haya dejado o que el carro el día de hoy no nos encendido, etc. Ni
los niños, ni nadie tienen la culpa de nuestros problemas. Cuando nos sintamos molestos, busquemos un
poco de tranquilidad y usemos el viejo truco de respirar profundamente hasta
que se nos pase.
Para concluir quiero sugerirles que no veamos
ni tratemos a nuestros alumnos como enemigos. Veámoslos como un ser humano
carente de amor y de atención. Veámonos reflejados en ellos. Tampoco los
saquemos de clases por razones ilógicas, porque no son los zapatos o el
uniforme los que reciben clases. Y si está en una institución privada,
arréglense directamente con los padres y hagan un convenio con ellos porque no
hay nada más penoso para un estudiante (peor cuando es adolescente), que lo
saquen de clases porque sus padres no han cancelado la mensualidad. Los niños y los jóvenes son seres muy
frágiles y con nada herimos sus susceptibilidades. Un último y buen consejo es: No le llevemos
la contraria a un adolescente porque se nos va a ir peor.